En el horizonte de todo aficionado a la fotografía surge alguna vez una boda. Algunos se animan a llevar su cámara buena para capturar los momentos más emotivos y añadir un par de imágenes al álbum personal, otros se aburren tanto en estos actos que deciden dedicarse en cuerpo y alma a hacer un reportaje que ni el fotógrafo oficial y otros optamos por la buena comida, las bebidas de cierta graduación y una pequeña cámara compacta que al despertar desearemos haber perdido.
Sin embargo, pese a la distinta manera de afrontar una cita tan especial, a los tres les surgirán las mismas dudas al ver a ese amable personaje que se mueve entre los invitados como un relaciones públicas pero cuya pesada bolsa al hombro le distingue. ¿Qué equipo llevará ahí dentro? ¿Cuánto cobrará por boda? ¿De hecho, cómo logra que la gente le ofrezca trabajos? ¿Soy mejor que él? Una dudas razonables que intentaremos ir respondiendo en una serie de artículos. Pero comencemos por el principio. Hablemos del negocio de la fotografía de bodas y del circo que la rodea.
Porque si hay algo que tiene que quedar claro desde un principio es que ser fotógrafo de bodas es una profesión que mueve dinero. Y, a miedo de ganarme enemigos, en muchos casos mueve mucho dinero. Bien es cierto que el trabajo no se limita al maratoniano día de la boda, que antes hay que mover contactos, preparar todo y después hay que procesar, maquetar, volver a maquetar, entregar y escuchar los gritos. Por ello, que nadie espere que un reportaje de bodas profesional no ronde entre los 1.000 y 1.500 euros por álbum digital. El clásico es un poco más económico, pero tampoco demasiado. Luego, si se contrata el vídeo y demás parafernalia al propio fotógrafo, este puede sacarse otro pico subcontratando. Personalmente, he llegado a ver a cámaras que ofrecían servicios de limosina, video jockeys, música, fotografía, vídeo e incluso se encargaban de despedidas de soltero. Todo en Alta Definición, por supuesto.
Por ello, la competencia entre fotógrafos de boda para conseguir clientes todos los años es bastante fuerte, en algunos casos podríamos tacharla directamente de salvaje. La hora en la que una pareja visita distintos fotógrafos para decidir quién va a ser el encargado de sacar las fotos del día más importante de su vida, es un momento crucial en el que no siempre prima la calidad del fotógrafo. Y es que, aunque no creo que a nadie le sorprenda, para ser fotógrafo de bodas no hace falta ser buen fotógrafo. Los años en el negocio y sobre todo el nombre suelen ser bastante más importantes ante el desconocimiento fotográfico de gran parte de la población. Con enseñar un par de fotos emotivas en un escenario idílico suele ser suficiente, ya que la diferencia de precio a estos niveles no acostumbra a ser muy pronunciada.
Pero desde luego, la originalidad es algo totalmente imprescindible a la hora de marcar la diferencia. Quiero decir, si hay que llevar un portátil y una impresora al banquete para que los invitados se puedan ir a casa con las fotografías, se hace. Si un domingo me aburro, me puedo acercar al restaurante del que me he hecho amiguete para, si las familias me dan permiso, sacar fotos a las comuniones que se celebren ese día e ir vendiendo por las mesas. No es broma. Conozco a gente que se ha sacado de esta manera algún domingo sus 500 euros. ¿No está mal, verdad?
Pero lógicamente, ninguno de nosotros puede hacer eso de buenas a primeras. Algo imprescindible para ganarse el pan en este negocio son los contactos. Alguien que nos pueda hacer un favor un día si no nos da tiempo a llegar a tal sitio, que pueda prestarnos unas tarjetas de memoria si se nos acaban o que nos eche una mano en un trabajo demasiado grande. Pero los más importantes de esta red de influencias son los propios restaurantes.
No me refiero ya a que todos los encargados de los restaurantes te tengan estima y te dejen ir, como he comentado antes, a sacar fotos un día cualquiera, hablo de respeto. En mi caso he llegado a tener que coger el coche y recorrer 10 kilómetros para comer un bocadillo porque en el restaurante de la boda no nos daban ni un aperitivo y menos aún nos dejaban un rincón para trabajar. ¿Eramos demasiado feos? Tal vez, pero el motivo se debe más a que cada restaurante suele tener muchas veces sus fotógrafos recomendados.
Pero pese a las prisas, a los cambios de horario, a los madrugones y a la presión, ser fotógrafo de bodas no es una experiencia expresamente negativa. No se cobra mal, los novios suelen ser muy amables y cercanos y, porque negarlo, se puede ligar.
Los trucos y consejos más técnicos, los dejamos para la próxima entrega.
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