Al principio, tímidamente, comienzas a interesarte por la fotografía. Tienes una compacta, pero se te hace poco y quieres más. Acabas comprándote una réflex y te enganchas. Detrás, con el paso del tiempo, vienen filtros y algún objetivo extra. En definitiva, toneladas de equipo. Literalmente.
Lo que un día era tu sueño acaba convirtiéndose en pesadilla. Cargar esa mochila que soñabas con llenar, ahora que la tienes llena, se ha convertido en un suplicio que sube de los ¡6 kilos! ¿Qué dejo en casa? ¡Lo quiero usar todo! Cada pieza tiene una finalidad y un porqué. ¿Pero realmente, hoy, lo vas a usar todo?
Hace cerca de un año me di cuenta de que estaba empezándome a dar pereza hacer fotos por el sacrificio que me suponía cargar con el equipo. ¿Tiene sentido ser víctima de uno mismo? Lógicamente no. Pero todo tiene solución en esta vida, así que opté por disparar ligero.
En lugar de cargar con mi mochilón a todos lados he retomado la pequeña bolsa de hombro que usaba con mi primera compacta. En ella me caben un par de objetivos, incluso tres, dependiendo de cuáles escoja, que sumado al que llevo montado en la cámara (que va colgada del cuello) hacen un equipo más que suficiente para una tarde haciendo fotos por placer.
Otra opción es vaciar la mochila del equipo innecesario y llevarla medio vacía (o medio llena, que uno es optimista), para aligerar peso. Pero me resulta menos cómodo, la verdad. Casi siempre elijo la otra opción.
En todo esto, además, como en todo en la vida, debería entrar también el sentido común. Preguntas como las siguientes pueden ayudar a elegir lo que necesitas: ¿Qué es lo que voy a hacer hoy? ¿Qué me hace falta? ¿Qué me voy a encontrar? ¿Cuánto tiempo voy a estar fuera? ¿Puede haber imprevistos? ¿Sería fácil solucionarlos con lo que llevo?
Esta nueva filosofía mía de “disparar ligero” la aplico incluso cuando viajo. Me llevo la mochila, sí, porque la verdad es que en ella se transporta mejor todo el equipo, y va más seguro, pero meto en la maleta también la pequeña bolsa vacía que luego, en el destino, uso en el día a día.
Dejar en el hotel el equipo que por no necesitar usarlo supone peso extra inútil es cómodo. Aunque debes ser cuidadoso. No en cualquier lugar puedes dejar cualquier cosa. No es lo mismo un youth hostel en el que compartes habitación con tres tipos que no conoces que un Hilton. Así que emplear el sentido común parece una vez más la opción correcta.
Independientemente del tipo de alojamiento y el destino nunca, nunca, hagas obvio que lo que has dejado es valioso. Una buena idea es meter lo que dejas en el armario dentro de bolsas de plástico cutres, por ejemplo, para que quien limpie la habitación y pueda verlo ni repare en ello. Evitar tentaciones es atajar posibles problemas.
Cae de cajón que estos consejos, bajo mi punto de vista, son aplicables a nuestra vertiente de fotógrafo por placer. Cuando se trata de trabajo y necesitamos “clavarla”, con una sola opción para ello, o tenemos un equipo infalible (¿existe?) o es recomendable cubrirse al máximo las espaldas. Y, al fin y al cabo, una mochila bien provista parece nacida para cubrir espaldas.
De todas formas, y como conclusión, añadir que muchas veces esta filosofía mía que supuestamente me hace más libre, puede desembocar en que me vea limitado por el equipo. Puede pasar, pero no obcecándome y dejando la imaginación al poder siempre he podido resolver. Por lo que sí, disparar ligero es también aceptar un reto. Un reto que, después de nuestro curso de fotografía, estáis más que preparados para asumir.
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