Todos somos fotógrafos porque nos gusta hacer fotos. Pero eso no significa que siempre tengamos que estar haciéndolas. A veces, cuando guardamos la cámara no nos resistimos a dejar de hacerlo y seguimos con el móvil... Entonces podemos caer en la misma tentación que mucha gente que (si ser necesariamente aficionados) ahora siente la necesidad de capturarlo todo y mostrarlo al mundo a través de las redes sociales ¿Se ha convertido el hecho de hacer fotos en una obsesión? ¿Sabemos cuándo parar?
Es decir ¿somos los fotógrafos conscientes de cuándo ha llegado el momento de guardar la cámara, o el móvil, y dejar de tratar de captar todo lo que ocurre? Eso mismo me lo he preguntado yo a veces y se lo preguntaban en este artículo de FStoppers que encontré hace unas semanas. En él, Alex Cooke se hacía las mismas preguntas y sus razonamientos me parecen tan buenos que no podía resistirme a compartirlos con vosotros.
El autor constata como hoy día estamos generando más fotos que nunca, y opina que eso también está implicando que la etiqueta y las normas sociales se dejen un poco olvidadas. Un ejemplo muy claro es en eventos como las bodas o los conciertos, momentos en los que se multiplican los móviles y las cámaras que quieren capturar todo lo que allí pasa olvidándose del respeto y la educación.
Yo no sé vosotros pero lo de los conciertos está llegando a unos límites ya insostenibles. En uno de los últimos a los que asistí, nada más comenzar era imposible ver nada por la cantidad de móviles que tenía delante… ¡Y eso que soy alto! Por eso, en un momento dado pregunté alrededor (de forma retórica, claro) "Bueno qué, ¿en algún momento vamos a dejar de grabar y a disfrutar del concierto?".
¿Qué ganamos con ello? ¿Y qué perdemos?
Lo normal es que, en el caso de los conciertos, el resultado sean unos estupendos vídeos con el audio distorsionado que tal vez veamos un par de veces pero luego quedarán en el olvido (ocupando espacio que abarrota nuestros discos duros). Y si es en una boda la cosa es distinta pero aún más flagantre porque, casi con toda seguridad, habrá un profesional encargado de reflejar lo que allí pasa. Así, nosotros, como mucho, podríamos conseguir ser los primeros en enseñar en redes sociales el vestido de los novios... Pero ¿para qué?
Es decir, no conseguimos gran cosa haciendo fotos o grabando vídeos y, sin embargo, según el editor de FStoppers, sí que perdemos bastante, más de lo que podría parecer. Y es que, según determinados estudios psicológicos, nuestros recuerdos de los eventos a los que asistimos son peores cuando los fotografiamos. Es como si no estuviéramos presentes, porque nos preocupa más documentarlo que experimentarlo.
Confieso que a mí me pasa cuando asisto a algún evento en el que aparece mi hija (en el colegio, en el baile anual de danza…) y donde hago fotos o vídeos para poder mostrarlos después a la familia. Lo hago por ellos, pero muchas veces siento que me estoy perdiendo el momento… Entonces ¿por qué no guardamos las cámaras y, en el caso de las bodas, dejamos que el profesional haga su trabajo y punto? ¿Porque nuestros instintos fotográficos hacen que nos cueste tanto dejarlas de lado cuando asistimos a algún evento? ¿Nos sentimos desnudos si no tenemos la cámara para hacer fotos?
La obsesión por las redes sociales
Cómo no, Alex también habla de esa manía de la gente de decirle al mundo constantemente “mira, ¡yo estaba allí!” a través de sus perfiles en Facebook o Instagram. Habla de las recurrentes fotos de comida en Instagram, los selfies compulsivos y los memes más o menos insustanciales que recorren las redes, todo ello cosas que se hacen de manera compulsiva.
Como ejemplo, el autor pregunta: "¿Hace 20 años alguien habría llamado a 30 de sus amigos para contarles la hamburguesa que se estaba comiendo?" Pues eso, las redes sociales nos dan una salida para transmitir al mundo en general lo que nos dé la gana, sin importar que sean cosas totalmente triviales. Y encima eso nos condiciona a fabricar una imagen irreal de nuestras vidas que mostramos en las redes, y que a lo mejor no tiene nada que ver con la realidad (para ilustrarlo pone el siguiente corto de ejemplo).
Por supuesto también habla de los muertos por hacerse un selfie (ayer mismo hemos tenido un caso aquí en España). Un síntoma de que algo no va bien pero del que tampoco podemos pensar que estamos libres. Porque, como fotógrafos, ¿cuántas veces nos hemos acercado demasiado al borde de un precipicio para hacer una foto? ¿Cuántas veces hemos traspasado alguna barrera que no debíamos? “La vida es a menudo un juego de riesgos calculados, pero no vale la pena morir por ninguna foto”, cuenta.
Por otro lado, el autor introduce un tema también interesante. Según las leyes (en los Estados Unidos la famosa Primera Enmienda), en un país desarrollado si tienes una cámara y estás en un sitio público puedes fotografiar lo que quieras o a quien quieras. Pero a veces cometemos el error de equiparar lo que es legal con lo que es ético.
El ejemplo que pone es el de encontrarnos con una familia que ha tenido un grave accidente de coche. Podríamos fotografiarles pero ¿sería adecuado? Estaremos de acuerdo en que, salvo que trabajemos para un medio de comunicación, es algo de lo que deberíamos abstenernos, porque no sería nada ético y si lo hacemos sólo sería cuestión de explotar el morbo…
En fin, el caso es que está claro que estamos produciendo cada vez más imágenes que nunca, y parece que eso no va a dejar de crecer. Sin embargo, deberíamos reconsiderarlo y plantearnos limitar un poco nuestro afán por tomar fotos en todo momento. Y es que, como concluye el artículo, las cámaras invaden cada vez más nuestras vidas y hay que entender que las imágenes deberían ser algo que capture las razones por las que vivimos; no deberían ser las razones por sí mismas. Es decir, las fotos tienen que ser un medio pero no un fin.
Yo lo estoy intentando, y creo que lo he conseguido, al menos un poco. Cada vez me abstengo más de sacar la cámara (o el móvil) en los eventos y procuro disfrutarlos más. Además, aunque soy poco amigo de publicar mi vida en las redes sociales (si seguís mi cuenta de Instagram habréis visto que publico sólo de cuando en cuando). Me echa para atrás tanto postureo y prefiero tener una vida normal, que comparto con quien vive conmigo, en vez de una supuestamente maravillosa para que la gente piense que soy lo que en realidad no soy. ¿Y vosotros? ¿Qué opináis?
Foto de portada | Seth Doyle
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