Con el mundo digital ha nacido la necesidad de hacer, cueste lo que cueste, la fotografía perfecta. Todo bien medido, el horizonte equilibrado. La composición soñada gracias a los mejores objetivos y las cámaras de última generación ¿Realmente lo necesitamos?
Ya no nos vale con aprender. Queremos hacer la fotografía perfecta. Por eso proliferan los talleres en los que te llevan a las localizaciones que vemos en Instagram. Y dicen que los libros que te muestran las coordenadas y la hora exacta para hacer esa instantánea tienen muy buena acogida.
En los foros y los cursos la gente pide opinión para comprar filtros de densidad neutra para lograr largas exposiciones. O para combinar en un mismo archivo dos exposiciones gracias a los filtros degradados. Todo para lograr ese efecto que tanto se ve en las redes sociales con las nubes movidas y el agua de un lago convertido en espejo.
A veces los viajes se organizan en función de las localizaciones. Islandia es un destino obligado por sus cascadas y mal tiempo. Y otros presumen de encontrar sitios todavía mejores e incluso se atreven a sugerir que los demás gastan el tiempo por no hacerles caso. Parece que tener buenas localizaciones es una especie de señal divina.
No todos, pero sí muchos fotógrafos miran por encima del hombro a los que llevan una Canon, o una Nikon o una Sony. Incluso alardean de llevar móvil, o cámara de gran formato de placas. O una máquina rusa desconocida. Ser distinto a la hora de coger un mero accesorio es motivo de orgullo y satisfacción. Algo que no tiene mucho sentido realmente.
Lo más importante de la fotografía
En este curso que empieza en una semana podemos ponernos un reto. Olvidarnos de la cámara de una vez por todas. Dejar en casa los mil filtros, los objetivos zoom para ver la luna, los cientos de accesorios que tenemos en la bolsa y quedarnos con una cámara y un solo objetivo. Si es fijo mejor.
Y empezar a preocuparnos de lo realmente importante. No hace falta ni siquiera estar de viaje. No necesitamos dedicar un fin de semana. Hay que buscar un monumento, un árbol, una calle, una puerta o un camino que nos guste e intentaremos fotografiarlo de una forma distinta cada vez.
Tenemos que encontrar la esencia de la fotografía buscando el mejor encuadre, la luz más adecuada. Sin artificios. Sin libros o artículos que nos digan la importancia de un objetivo o de una cámara. Eso está bien para aprender técnica. Pero deberíamos pensar que no toda la fotografía es eso.
Hay que aprender a mirar. Hay que buscar inspiración. Impedir la copia y favorecer la creación. Como tantas veces hemos dicho buscar un estilo propio. Una forma de contar.
Hacer fotografías no consiste en repetir lo que se ha hecho, sino buscar otra forma de hacerlo. Cuando vamos ligeros, sin estar pendientes del peso de la mochila o del cachivache que tenemos que poner porque lo dice fulanito en tal libro o artículo es cuando seremos libres.
Nos equivocaremos mil veces. Seguro. Y muchas fotos irán directas a la papelera. Pero cuando logremos la foto, esa que sabemos que es buena en cuanto apretamos el disparador, nos sentiremos grandes. Y empezaremos un nuevo camino en el que no seremos esclavos de lo que hacen los gurús, sino que nos daremos cuenta de la verdadera dimensión del acto fotográfico.
No es fácil. Y puede que no sea lo que queráis hacer este nuevo año lectivo. Pero seguro que si os animáis, notaréis que el mero hecho de llevar la cámara en la mochila es la única manera de ser feliz a lo largo de un día lleno de trabajo, tensiones y demás. La fotografía como forma de expresión más que como esclava de la técnica ¿Qué pensáis?
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