Hace poco volviendo a ver una imagen tremendamente icónica y tremendamente desgarradora del fotógrafo he vuelto a pensar sobre este asunto: ¿Es la fotografía una mentira consensuada? ¿Una mentira acordada tácitamente entre espectador y fotógrafo? ¿Deberíamos aceptar un decálogo ético en algún momento? ¿Y si hablamos de fotografía artística cambia la cosa? Dependiendo de dónde estemos en cada momento la mentira puede ser ética o no.
Corrientes y opiniones
Hay “supuestas” corrientes de pensamiento en la actualidad (y también del pasado) que defienden el ‘no retoque’ como símbolo ferviente del purismo (algo que podía tener su sentido hace unos años) y la máxima exponencia del mismo. Aunque como trataremos en otro momento habría que dejar claro a qué llamamos ajuste y a qué llamamos retoque. Dichas corrientes parecen fijarse única y exclusivamente en tratamiento de la imagen y su postproducción. Si es lo que tomó la cámara sin más, es lo que vale. Incluso negándolo en el campo artístico.
Malos precedentes
Tal vez estemos influidos por las grandes mentiras fotógraficas de la Historia como las de algunos dirigentes (sobre todo, dictadores) que quitaban o ponían personajes secundarios a su antojo en función de su mejor o peor relación con ellos, léase Stalin o Franco. Manipulaciones como esas han dejado en el subsconsciente colectivo que la manipulación fotográfica es “malvada”. Sí, como documento y no, cuando se trata de una expresión artística. Algo en lo que creo estamos de acuerdo todos.
Una de las fotos históricas más conocidas y drásticamente manipuladas es la de la bandera comunista sobre el Reichstag tomada al finalizar la Segunda Guerra Mundial y que ha sido retocada bastante, añadiendo ese humo apocalíptico para potenciar su dramatismo y eliminando habilidosamente los relojes “extra” que llevaba el soldado que sujeta al que sostiene la bandera, para no dar esa imagen del “pillaje” por parte de las tropas
Ambición, vanidad y muerte: Un triángulo peligroso
Kevin Karter ganó el Pulitzer, el año de aquella fotografía, 1993, tras ser publicada por The New York Times, con aquella escena. Pero dejó de ser fotógrafo. Perdió parte de su alma. Una mentira sin explicación en su día que hizo mucho más daño de lo que podría imaginar. Todo el mundo aceptó, consensuó e interpretó esa fotografía como la de la muerte de aquel niño. Una fotografía, que de contarse su historia real, no hubiera perdido valor alguno, pero que, en cambio, en aras de hacerla más desgarradora, se confeccionó otra historia. Y es que tragedia, no tiene porqué ser sinónimo de verdad
La verdadera historia, al descubierto
Al parecer, el niño sudanés Kong Nyong, por aquel entonces un niño famélico, se encontraba defecando a las afueras de su poblado y un buitre estaba al acecho. Karter omitió el hecho que tiempo más tarde desveló su colaborador (¿arrepentido tal vez?) João Silva, que se encontraba realizando fotografías de niños en el suelo llorando que no llegaron a publicarse. Según Silva, los padres de los niños estaban ocupados recibiendo la comida, procedente de la ayuda humanitaria, por lo que algunos niños estaban en el estercolero del pueblo para que hacer sus necesidades, lugar donde los buitres acudían a diario a comer los desechos fecales.
Ocultar esa parte de la verdad mató a Kevin y mató la confianza en la fotografia en muchas personas al destaparse la verdad (¿Cómo, por ejemplo, nos sentaría si, hipotéticamente hablando, se descubriese que alguno de los recientes ganadores del World Press Photo, realizó alguna de esas fotografías en un estudio?). Una mentira que acabó, posiblemente en gran parte, con la vida de Kevin en 1994, cuando decidió suicidarse. Hay diversas opiniones al respecto de si esa foto fue o no la causante de su suicidio, hay quien apunta que la muerte de Ken Oosterbroek el 18 de abril de 1994, gran amigo de Carter pudo estar detrás del suicidio. Murió en su coche por una intoxicación de monóxido de carbono.
En resumen
Toda fotografía documental, por tanto, lleva una historia real detrás que debe ser siempre contada de manera lo más fielmente posible para ajustarse en la mayor medidad a la verdad. Magnificar la tragedia vende, pero no es la verdad. Y descubrir la exageración genera falta de confianza.
En la continuación de esta serie de artículos, hablaremos del consenso en la vertiente creativa y/o artística de la fotografía como un acuerdo tácito entre fotógrafo y espectador.
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