Una y otra vez vemos fotografías en la que la realidad se altera, se cambia, se adapta. Fotografías en las que el lenguaje que nos enseñaron Eugene Atget, Walker Evans o Robert Frank se pierde en los intrincados caminos que nos mostraron Ortiz Echagüe, Julia Margaret Cameron o Edward Steichen. La fotografía pictorialista realmente nunca se ha ido y con el cambio de los tiempos parece que ha tomado un nuevo impulso.
El pictorialismo niega el lenguaje fotográfico a favor de los tratados de la pintura. Afirma la inferioridad de la cámara frente a la fuerza de la mente del pintor. En definitiva, cree que el pintor crea y el fotógrafo se limita a registrar. E intenta igualar los papeles. Quiere que la fotografía sea una intérprete de la realidad y no un registro de la misma.
Es decir, el fotógrafo pictorialista piensa que la realidad hay que interpretarla pero lo hace con herramientas que rompen con la naturaleza de la fotografía. Quita y pone cosas, altera las luces, exagera los colores... de tal forma que del archivo original solo queda el recuerdo. Lo importante no es mostrar el mundo como es, sino como se imagina o se piensa que puede quedar más llamativo. La esencia de este movimiento es complicar el proceso de creación para hacerlo más inaccesible y acercarlo solo a unos pocos elegidos.
No vale con estar en el lugar adecuado en el momento justo y tener un dominio exquisito de la técnica. Eso se deja para los demás, para los aficionados. Para todos los que tienen una cámara. Precisamente, ese afán de complicar hasta el extremo el proceso, es lo que llevó a los primitivos pictorialistas a crear dicho movimiento.
Los orígenes del Pictorialismo
La fotografía tiene tanto poder que cuando se presentó no adivinaron cuál sería su alcance real. Se limitaron a presentarla como una sirvienta de las Bellas Artes, con la concepción vetusta del término. Solo está ahí para hacernos más cómoda la vida sin darle nada a cambio. Para ellos era una mera registradora de la realidad.
Y llegaron los que confundían lo artesano con lo artístico. El propio Peter Henry Emerson, uno de los promotores del pictorialismo llegó a escribir:
Las fotografías de calidad artística tienen individualidad, al igual que otras obras de arte, y podríamos hacer apuestas sobre la identidad del autor de cada una de las pocas fotografías que se envían a nuestras exposiciones. Lógicamente el artesano común no tiene individualidad, como tampoco la tiene el reproductor de dibujos arquitectónicos o mecánicos. Pero donde un artista use la fotografía para interpretar la naturaleza, su trabajo siempre tendrá individualidad, y la fuerza de esta individualidad variará, como es lógico, en proporción a su habilidad.
Para distinguirse del resto, para buscar el arte en la fotografía, tomaron las bases de la pintura para disparar la cámara. Fue un error de lectura, un fallo tremendo de concepto, ahora que está tan de moda. Si todo aquel que tenga una cámara puede hacer una foto, vamos a buscar nuevas fórmulas para evitar la masificación. Y desde luego erraron.
Hoy se contemplan aquellos trabajos con ternura, incluso con curiosidad en los entornos fotográficos. Desde fuera incluso con admiración por aquella manida frase 'parece un cuadro'. Frente a la aparente espontaneidad de la imagen fotográfica, apostaron por las fórmulas pictóricas mal entendidas y por las horas infinitas en el laboratorio hasta conseguir fundir una imagen con otra para dar con ese aire más artístico.
El pictorialismo en la actualidad
Murió como movimiento en 1910, agotadas sus fórmulas y con fotógrafos cada vez más conscientes de la nueva realidad. Incluso Steichen abandonó el movimiento por una estética nueva. Sin embargo, como el payaso de 'It', los huevos de 'Alien' y otros personajes terroríficos del cine, está ahí siempre, latente, palpitando, resucitando cada cierto tiempo.
No podemos olvidar que su muerte oficial data de principios del siglo XX, pero en España Ortíz Echagüe y el salonismo camparon a sus anchas durante mucho tiempo después del nacimiento del grupo AFAL en los años 50. Podemos decir que nunca ha abandonado el mundo de los vivos.
Y podemos afirmar que ha vuelto a resucitar. Está entre nosotros porque nunca se ha ido del todo. No basta con hacer una fotografía, con aprender que el lenguaje fotográfico tiene entidad propia, con ver que la fotografía liberó a la pintura. No. Con la época digital y el avance de los programas de edición ha tomado una fuerza enorme, inconmensurable.
Ya no basta con fotografías que cuenten nuestra forma de ver la realidad. Ahora muchos quieren ver la naturaleza asombrosa transformada bajo múltiples capas, capas de ajuste y añadidos posteriores, con colores saturados porque no basta con los que cualquiera puede ver. Ya no vale con estar ahí, hay que inventar lo que ves. Es el resurgir de las bellas postales.
Exactamente a lo que hacía Canaletto con sus imágenes venecianas. En ellas vemos la ciudad de los canales pero si observamos con detenimiento, las perspectivas no son reales, la luz cuesta entenderla y no pintaba aquello que impedía crear alguna de las más hermosas postales que se recuerdan. Precisamente lo que pasa ahora con algunos fotógrafos digitales. Son inventores por encima de todo.
Y desde luego no es malo. Cada uno es libre de crear a su manera. Al final lo importante es tener un estilo propio que llame la atención. Y ahí es donde está la clave. Un estilo propio que permita ofrecer a los espectadores una forma personal de ver las cosas. Son dos formas de entender la fotografía. Y cada uno debemos elegir nuestro camino: ¿Realidad o ficción?
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