Ya han empezado las escuelas de fotografía. Cursos de iniciación, avanzados, para aprender a manejar los programas de edición... Muchos alumnos quieren aprender a hacer fotografías, a contar historias con ellas. Y lo primero que debemos exigir es tiempo. Pocas veces se puede hacer un buen trabajo sin tiempo. Así que vamos a ver cómo podemos aprovechar las horas para avanzar como creadores de imágenes.
Siempre que empiezo un curso pido a los alumnos que traigan fotografías. De su archivo o mejor aún, que disparen durante la semana después de la primera clase. Me sirve para ver, para descubrir su estilo, su forma de mirar, su dominio de la técnica... Y muchas veces para encontrar uno de los problemas que nos impiden avanzar cuando queremos mejorar en nuestra afición o futuro trabajo.
Estoy hablando del tiempo, de los minutos y las horas que estamos detrás de la cámara para conseguir esa imagen que tenemos en la cabeza cuando nos asomamos a la realidad. Vamos, cuando queremos hacer uso de la cámara. No se puede ser un buen fotógrafo si no tienes tiempo. Las fotografías no salen de la nada. Son fruto del trabajo constante.
Lo único que diferencia realmente a los buenos fotógrafos de los demás son las horas de zapatilla. Todos podemos tener el mismo dominio de la técnica, incluso la misma cámara. Es verdad que algunos saben mirar mejor que otros. Pero simplemente porque le han dedicado tiempo. Algunas veces nace un Robert Frank o un Richard Avedon que con un solo disparo logra la magia. Pero cuentan las crónicas que eran trabajadores incansables. No cerraban hasta que surgía la fotografía que quitaba la respiración.
El tiempo para el fotógrafo aficionado
Muchas veces me quedo sin habla cuando veo el trabajo de fotógrafos en las redes. Y son aficionados. Es decir, no viven de la fotografía, por diversos motivos. El ejemplo que siempre me ha llamado la atención es el de los integrantes del grupo AFAL. La mayoría no eran profesionales. Sin embargo todos aprovechaban sus días libres para coger la cámara y disparar sin sosiego. Sabían mirar pero las buenas fotografías no surgen en cinco minutos. Hay que estar allí, al pie del cañón.
Y desgraciadamente sé que muchas veces es imposible. Las obligaciones nos ahogan. Hay que madrugar para trabajar, atender a la familia, ir a la compra, trabajar más, llevar a los niños a sus actividades, planchar, fregar, bajar la basura, descansar... a veces no queda tiempo para hacer fotos y lo único que hacemos es mirar el ordenador para descubrir cómo lo hacen otros.
Muchos no encuentran la forma de conseguir salir a la calle o quedarse en el estudio para lograr un buen trabajo. Y apuestan todo por una salida rápida el fin de semana que tienen sin compromisos... Y así no se puede salir de la rutina, donde solo se consiguen fotografías postaleras.
Es en este entorno donde surge la necesidad de pasarse horas delante del ordenador para intentar mejorar un archivo que no satisface o uno de las modas que más me llama la atención de los últimos años. El hecho de ir ex profeso a buscar una localización que ya han hecho miles de personas para conseguir la misma fotografía. Sin ningún toque personal. Ve a Islandia para hacer las mismas imágenes que hace Fulano o Mengano.
Para muchos fotógrafos es la mejor forma de aprovechar el poco tiempo que tienen para hacer lo que más les gusta. Sin errores. En cuanto llegas al sitio a la hora adecuada consigues una fotografía estupenda. Igual a cientos pero es tuya. Y nadie podrá decir lo contrario. Solo queda llegar a casa, revelar más o menos (según instrucciones) y listo.
De esta forma se quita toda emoción pero se garantizan resultados inmediatos. Todos queremos hacer las fotos de los libros. Fuera queda la incertidumbre y la sorpresa. Es una forma de trabajar que se está imponiendo pero vamos a ver cómo podemos evitarla.
Aprovechar el tiempo desde un punto de vista fotográfico
Lo último que hay que hacer es renunciar. Siempre podremos sacar tiempo para hacer lo que más nos gusta. No es momento de decir que hay que levantarse más temprano o acostarse más tarde como si fuera un libro de autoayuda. Cada uno hace lo que puede. Por este motivo propongo algo que para muchos será una perogrullada pero que sirve para no abandonar la afición y practicar en todo momento sin perder el tiempo.
El secreto es llevar siempre una cámara. Una cámara compacta en la que confíes. Olvídate de la réflex con el 24-70 o con el 18-300. Si no tienes otra ponle un objetivo fijo pequeño, un 35mm f2, un 40mm f2,8... O una buena cámara compacta que entre en la mochila. O algo que ya llevamos todos siempre: el teléfono móvil. Solo hay que encontrar la herramienta que más nos guste.
Si salimos siempre con ella, podemos hacer fotos en los trayectos de un lugar a otro. De casa al trabajo. Del colegio a la oficina. De vuelta por la noche... Seguro que no es como fotografiar en los Picos de Europa. Pero al menos haremos algo fundamental para conseguir algo: la pura y dura práctica.
En nuestros caminos de un sitio a otro la luz puede llegar a ser increíble, las situaciones inesperadas. Siempre será distinto. Y el poco tiempo que tenemos lo aprovechamos así. Es la mejor forma de no desesperarse y caer en la rutina. La fotografía tiene esta virtud, pues te invita a mirar siempre de otra forma.
Y estaremos preparados para esos días en los que podamos salir con la cámara de verdad. No tiene sentido dejarla aparcada hasta las vacaciones. Quizás tengamos que abandonar proyectos pero podemos empezar otros nuevos en nuestro lugar de residencia. La clave es no dejar de hacer fotografías.
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