En los últimos días, por unas cosas y por otras, he estado hablando con mucha gente acerca del fenómeno del fotolibro. De hecho, en una charla salió la cuestión y los ponentes fueron muy claros. En el mundo actual de la fotografía es casi obligatorio editar un fotolibro para ser considerado parte del grupo. ¿Pero de verdad es necesario tener un fotolibro con tu nombre en la portada?
Parece que no nos queremos dar cuenta realmente, pero la fotografía digital ha cambiado todo. De repente, hacer una fotografía no supone una inversión. No cuesta dinero (aparentemente). Te compras una cámara, aprovechas una tarjeta y ya puedes empezar a disparar sin ton ni son. Alguna fotografía buena saldrá (una de las simplificaciones más absurdas que he oído en mi vida). Para muchos, la fotografía es cuestión de suerte y las cámaras digitales son mágicas herramientas que hacen todo por el fotógrafo. Vamos, que la foto la hace el aparato.
Este pensamiento atroz convierte algo tan fabuloso como el momento del disparo en algo rutinario y aburrido en el que de vez en cuando suena la flauta por casualidad. Así, todo el mundo puede ser fotógrafo. Una suma de casualidades supone un conjunto de fotografías para terminar montando un fotolibro (¿por qué no lo llaman libro directamente?). Este es el razonamiento. Todo el mundo puede ser fotógrafo.
La cruda realidad
Pero las cosas no funcionan así. No todo el mundo puede ser fotógrafo. Todos podemos hacer fotografías, pero eso no nos convierte en fotógrafos. Es un matiz importante que creo que compartimos muchos. Ser fotógrafo es una profesión. Hacer fotografías no es otra cosa que una de las aficiones más entretenidas del mundo.
Antes muy pocos hacían fotos por el coste que he señalado antes, pero ahora son legiones enteras, armadas con cámaras de toda clase y condición. La socialización perfecta de la imagen que auguró Kodak con su Brownie. Y la competencia es feroz. Y en una sociedad capitalista como en la que vivimos solo supone una cosa: Tonto el último. Así de claro.
Durante muchos años, demasiados, estudiar fotografía era una auténtica aventura. O te ibas fuera, o te juntabas en una asociación o te comprabas la enciclopedia Planeta. Hoy hay, afortunadamente, miles de escuelas, centros culturales y fotógrafos dispuestos a enseñar. Por no hablar de los miles de páginas en los que no paramos de hablar de nuestra pasión. ¿Pero cuál es el problema?
Que somos tantos disparando que es imposible destacar. Y llegan los desánimos, las frustraciones y los abandonos... Las tiendas de segunda mano están llenas de cámaras abandonadas por sus dueños y en el peor de los casos, esas máquinas duermen en los fondos de los armarios. ¿Y cuál es la solución que han encontrado? El fotolibro. Me explicaré a continuación.
El boom del fotolibro
El fotolibro es la Operación Triunfo de la fotografía. En apenas unos meses, gente que hace fotos se convierten en fotógrafos. Pero solo algunos, muy pocos, los que ganan. En el camino se quedan todos los demás. Hemos venido a ganar, no a participar. Y si no eres capaz de aguantar el ritmo, tienes que abandonar el plató.
Puede que le gustes al público, pero como el jurado no te quiera, despídete. Eso sí, con don de gentes puedes lograr miles de votos de la gente de la calle que te pueden encumbrar en lo más alto. Quién diga que la fotografía es una carrera de fondo que se olvide. Esto son 100 metros libres. Y el que llegue en último lugar que se vaya. En esta sociedad no queremos saber nada de él.
El fotolibro es exactamente eso. Conseguir focos de atención en el menor tiempo posible. En cuanto dejes de ser mediático te abandonaremos, eso sí... creételo mientras te adoramos. Luego desnúdate para que te llevemos a los festivales de viejas glorias lejos de Fotocapital. Hay que brillar mucho en un instante con el riesgo de apagarte muy pronto. La vida es así, nos dicen.
Se ha convertido en la fórmula perfecta para lograr el éxito. Da igual que sea fugaz en la mayoría de los casos. Te hacen sentir grande durante tus paseos gloriosos por los festivales. Pero la fama acaba pronto. Son los quince minutos de fama que nos prometía el artista pop. Sobre todo si te lanzas a la piscina demasiado pronto.
Como conclusión
Porque ser fotógrafo no es algo que se consigue después de un año o dos en una escuela de fotografia. Los grandes autores tardaron años en publicar sus primeros libros serios, como nos recordaron Castro Prieto y Chema Conesa en una interesante charla. En la actualidad, donde hay una competencia feroz, creemos que hay que destacar cuanto antes. Muchos se ven forzados a publicar su fotolibro en apenas un año, no vaya a ser que la siguiente generación de la escuela nos quite el puesto que no tenemos.
Así que contamos una historia de amores rotos, con disparos a camas vacías en la penumbra, rostros desenfocados por el diafragma abierto y la inevitable foto de la silueta de la paloma en una calle fría donde nos perdemos. Listo. Y como está de moda desarrollamos un concepto que aglutine el sentido de todas las fotografías. Cuanto más profundo y con párrafos más largos mejor, no vaya a ser que la gente se fije en las imágenes vacías repetidas mil veces.
No tengas prisa en publicar. No tengas miedo a desaparecer. No dejes de trabajar nunca. De mirar, de vivir, de besar y de llorar. El fotógrafo se hace cuando uno vive. Y si quieres seguir por el camino de los fotolibros sigue. No olvides que en poco tiempo puedes ganar hasta un premio nacional de fotografía...
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