Francesc Catalá Roca es uno de los grandes fotógrafos españoles. Para muchos es uno de los mejores, a la altura de Ramon Masats o la misma Cristina García Rodero.Fue el que abrió la puerta a los fotógrafos de la escuela de Barcelona que por fin ahora están siendo reconocidos, como Oriol Maspons o Colita. Murió el 5 de marzo de 1998. Ayer se cumplieron entonces 19 años de su muerte. Estamos obligados a conocerle y situar su obra a la altura de los famosos fotógrafos del siglo XX.
Francesc Catalá Roca (Valls, Tarragona, 19 de marzo de 1922 - Barcelona, 5 de marzo de 1998) es hijo, hermano y padre de fotógrafos. Lo llevaba en la sangre. Su padre, Catalá Pic, es reconocido por sus collages contra el fascismo. Su hermano es uno de los mayores defensores de la tradición de los casteller, los famosos castillos humanos.
Una de las cosas que más me gustan de él es que se consideraba ni más ni menos que un fotógrafo. Nunca iba de artista, con la boina ladeada y el cigarro en el punto áureo de la boca. Esas sensaciones, esa pose, se la dejaba a otros. Él se sentía un artesano, una persona que trabajaba a destajo para conseguir el mejor resultado. Su fuente de ingresos era la empresa de fotografía industrial que compartía con su hermano. Y con esa especialización aprendió sobre todo la técnica, uno de los pilares fundamentales para llegar a ser un gran fotógrafo.
El renacimiento de Catalá Roca
En España está pasando algo muy curioso. Poco a poco se está escribiendo la historia de la fotografía. Los profesionales nunca habían sido reconocidos. En los libros aparecían pocos nombres. Y en los círculos especializados conocían alguno más, pero no podían hacer nada para recuperar la memoria.
Todos conocemos a Cartier Bresson, Capa, Doisneau, Avedon... pensando que eran únicos y que en España solo existían fotógrafos anónimos sin un estilo detrás. Pero gracias a Publio López Móndejar, Chema Conesa y muchas asociaciones a lo largo y ancho del país estamos colocando en los altares del respeto a fotógrafos considerados hasta hace bien poco meros aficionados y sacando de los archivos a personas que tanto visual como estéticamente están a la misma altura que las vacas sagradas de las crónicas europeas y estadounidenses: Virxilio Vietez, Nicolás Muller, Enrique Meneses, Piedad Isla, Rafael Sanz Lobato, Ana Muller... merecen estar con letras de oro en las historias universales de la fotografía.
Y por supuesto Francesc Catalá Roca, el fotógrafo español más representado en el Centro de Arte Reina Sofía, donde podemos admirar algunas de sus imágenes más famosas. Desde Monumento a Colón, pasando por Esperando el Gordo de navidad, hasta las Señoritas de la Gran vía. Imágenes que forman parte de la memoria colectiva y que muchos no asocian a un único fotógrafo.
Su reconocimiento definitivo llega con la exposición Catalá Roca. Obras Maestras. Bajo el comisariado de Chema Conesa empezamos a descubrir a un fotógrafo humanista, a la altura de los grandes clásicos, que es capaz de mirar sin esconderse detrás de la cámara. No es un cazador al acecho. Solo es alguien que es capaz de escribir con la cámara.
A través de sus disparos cualquiera puede entender cómo era aquella España de los años cincuenta. La vida era en blanco y negro, desde luego. Pero en una época oscura todos podemos reír a pesar de todo. Es lo único que nos queda. Y Catalá Roca fue capaz de sacarlo a la luz. Gente esperando a ser millonaria por un sorteo, jóvenes paseando por las calles de Madrid... La vida a pesar de todo seguía su camino.
La técnica de un maestro
Uno de los datos más abrumadores de nuestro fotógrafo es que su archivo, con más de 180000 negativos (los comisarios solo vieron 20000 para seleccionar 150), es perfecto en todos los sentidos. No hay disparo malo, como ocurre con el de Virxilio Vieitez. No es fácil hacer eso. Gran parte está en blanco y negro. A partir de los 70 se inclinó por la fotografía en color. Y consiguió lo que hacen solo los grandes maestros. Un color inspirado por el blanco y negro impoluto.
Creía en la fortuna del recorte. A partir de sus disparos en formato medio ajustaba el encuadre en vertical u horizontal para simplificar la imagen. Era puro minimalismo al servicio de la fotografía. Nada de purismos y dogmas innecesarios. Él no era artista, era fotógrafo. Daba igual que hiciera retratos (los mejores de Miró, alguien que odiaba fotografiarse, son suyos), publicidad, arquitectura o reportaje.
Como reconoce el propio Ramón Masats, él fue quién enseñó el camino a su generación. Y por lo tanto todos los fotógrafos actuales somos deudores de su forma única de mirar. Tan moderno resulta que su último trabajo, que no pudo terminar por razones de fuerza mayor, es sobre Nueva York. Una ciudad que le fascinó. Sus hijos dicen que realizó más de la mitad de lo que había imaginado. Pero dejó escrito que no se podía publicar nada hasta 2020. Un libro tan rompedor que pensaba que nadie entendería hasta entonces. Solo quedan 3 años más de espera. Un buen momento para recordarle.
En Xataka Foto | Francesc Català-Roca, el documentalista que convirtió sus fotos en arte
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