Aunque sin duda André Kertész esté entre los Grandes Maestros de la Fotografía esto no siempre fue así. Tal y como os contamos hace tiempo, este fotógrafo húngaro se quejó amargamente de no haber obtenido en vida el reconocimiento que merecía. Nosotros tampoco le hemos prestado mucha atención, cosa que nos proponemos corregir a continuación.
Su fotografía navegó entre el reflejo de la sociedad en la que vivía, con una mirada especial para los más desfavorecidos, y el surrealismo de muchas de sus imágenes, muy influenciado por las corrientes vanguardistas de principios del Siglo XX con la que tuvo un contacto muy directo gracias a los años pasados en París.
En cualquier caso, Kertész tuvo una vida intensa que puede dividirse en cuatro etapas, las primeras correspondientes a los tres principales lugares en los que vivió (su Hungría natal, el París de principios del SXX y el Nueva York de los años 30 y en adelante), más una última en la que (sin moverse de NY) por fin su trabajo fue reconocido a nivel internacional.
Hungría y la Primera Guerra Mundial
Nacido en Budapest en 1894, creció en el seno de una familia judía relativamente acomodada (su padre murió siendo él joven) y estudió comercio para trabajar en la Bolsa a pesar de que no le gustaba nada. Además, en su familia estaba mal visto que quisiese ser artista, por lo que tuvo que aprender fotografía de forma autodidacta y comprarse su primera cámara (una ICA de placas de 4,5×6 cm) con su primer sueldo.
Con ella se dedicó a hacer fotografías en su tiempo libre de los campesinos y los gitanos magiares (ahí empezó su interés por los temas sociales) además de los paisajes de la Gran Alföld (“la Gran Llanura Húngara”). En 1914, con 20 años, fue enviado al frente de batalla de la primera Guerrra Mundial, como parte del ejército austrohúngaro y allí se dedicó a hacer fotos. Aquellas imágenes mostraban cómo era la vida de los soldados en las trincheras, pero acabaron la mayoría destruidas durante la revolución húngara de 1919.
Aquello acabó cuando en 1915 Kertesz fue herido en un brazo (que quedó parcialmente paralizado) y le devolvieron a casa. Bueno a casa no, porque estuvo bastante tiempo hospitalizado, aunque lo aprovechó para seguir haciendo fotos. Una de ellas, ‘Nadador bajo el agua, Esztergom, 1917’, (que habéis visto en portada) es una de sus fotos más conocidas y muestra a un nadador distorsionado por el agua.
Aquella imagen formaba parte de una serie más amplia que se perdió, pero la idea inspiró a Kertész y provocó que años más tarde lo acabara materializando en una de sus series fotográficas más famosas titulada precisamente ‘Distorsions’. Por cierto que de aquella época (1917) data la publicación de su primera fotografía en la revista húngara Érdekes Újság.
Finalizada la guerra, Kertész regresó a su puesto en la bolsa de valores húngara donde conoció a Erzsebet Salomon (más tarde Elizabeth Saly), quien se convertiría en su esposa y modelo de muchas de sus fotografías. Por supuesto siguió haciendo fotos, incluso llegó a dejar el trabajo para tratar de dedicarse a la agricultura.
Pero finalmente la fotografía le tiró más y aunque ya hacía años que Budapest se le quedaba pequeño y pensaba en trasladarse a París, por entonces un hervidero cultural, no fue hasta 1925 cuando por fin se decidió a dar el salto. Y lo hizo en buena parte alentado por la publicación de una de sus fotos en la portada de aquella revista que en 1917 ya había elegido una de sus fotografías.
París, la ciudad de la luz
Así, finalmente y a pesar de no contar con la aprobación de su familia, en 1925 se mudó al París de las vanguardias (sin tener ni idea de francés y dejando atrás a Elizabeth hasta que pudiera establecerse) y no tardó en darse a conocer. Allí se cambió el nombre (originalmente era Andor) y se unió al creciente grupo de artistas que formaban parte del dadaísmo y demás vanguardias que se desarrollaban por aquella época, como el surrealismo y el cubismo.
Entre ellos, por supuesto, había fotógrafos como Man Ray, Germaine Krull, Brassaï y Robert Capa (estos dos últimos emigrados del Imperio Austrohúngaro como Kertész), pero también había otros artistas como Chagall o Mondrian. Precisamente en el estudio de éste último Kertész haría una de sus imágenes más famosas: ‘Chez Mondrian - 1926’ (“En casa de Mondrian”).
Aquello fue el comienzo de su etapa más reconocida (y, posiblemente, la más feliz) con una amplia producción fotográfica que incluía retratos de sus nuevos amigos y escenas callejeras, que a partir de 1928 realizaba ya con una Leica dejando atrás las placas. Su obra es expuesta y reconocida, publica en distintas revistas y recibe encargos de otras, realiza varios libros y también tiene tiempo para proyectos personales.
En 1933 retoma la idea de las distorsiones que materializa por fin creando la serie ‘Distorsions’, en la que mostraba los cuerpos desnudos de modelos reflejadas en un espejo deformante. En 1934 se publica una foto en el revolucionario semanario Vu y al año siguiente ya pasa a ser uno de sus principales fotógrafos.
En el terreno personal, Kertész llegó a casarse en secreto con una fotógrafa francesa a finales de los años 20. Pero aquel matrimonio duró muy poco y Kertész volvió a Hungría en 1930 de visita y consiguió que Elizabeth se fuera con él poco después. Se casaron en 1933 y el fotógrafo empezó pasar menos tiempo con sus amigos artistas y fotógrafos para estar con su esposa, de la que no se separaría hasta el final de sus días.
Por entonces, el nazismo empezaba a emerger en Alemania y esto provocó un clima prebélico que hizo, entre otras cosas, que las revistas se volcarán en temas políticos que no interesaban a Kertész. Por eso, el fotógrafo empezó a tener menos trabajo y se planteó una nueva mudanza a “la tierra de las oportunidades”. Finalmente, en 1936, con un encargo para trabajar en los Estados Unidos y la Segunda Guerra Mundial en ciernes, se embarcaron ambos rumbo a Nueva York.
En el “exilio” norteamericano
Kertész llegó a los Estados Unidos con la idea de darse a conocer como fotógrafo pero su periplo allí no fue fácil. Probablemente su traslado a los EE.UU salvó su vida y la de su esposa, pero también supuso el comienzo de una etapa negra para el fotógrafo, condenado al ostracismo por su origen húngaro (llegaron a prohibirle hacer fotos en exteriores por si era un espía) y el escaso interés de los editores americanos por su trabajo y talento.
Su ignorancia del idioma fue aún más perniciosa que en Francia y se encontró con que la vida en Manhattan era más dura de lo imaginado y que los americanos no eran tan amables cuando los fotografiaban como los parisinos. Solo y sin sus amigos “franceses” contactó con museos y medios estadounidenses que despreciaron su trabajo. En concreto, el director del departamento fotográfico del Museo de Arte Moderno de Nueva York criticó sus ‘Distorsions’, lo que sin duda no gustó a Kertész. Tampoco que la agencia Keystone, la que le había contratado, no cumpliera con las condiciones prometidas.
Todo esto le llevó pensar en la vuelta a París, pero para cuando reunió el dinero ya era imposible regresar por culpa de la guerra (y su origen judío). Por todo ello, años más tarde él mismo calificaría esta etapa como una “absoluta tragedia” que se alargó hasta la década de los sesenta. Y eso que en 1937 dejó de trabajar para Keystone y empezó a colaborar con revistas como Harper's Bazaar, Life y Look, aunque tuvo muchos problemas con sus editores por diversas razones que acabaron frustrándole.
Vogue también le ofreció un trabajo que él rechazó pensando que no iba a poder adaptarse a la forma en que se trabajaba en el mundo de la moda. También colaboró con la revista House & Garden de Condé Nast Publications quien en 1946 le ofreció un contrato de larga duración.
Aquel trabajo por fin le permitido tener unos ingresos estables y vivir mejor tras muchos años de penurias. Y aunque los temas que fotografiaba eran limitados (y realizó pocos trabajos personales) y le obligaba a pasar mucho tiempo en el estudio, gracias a aquel trabajo Kertész recorrió los EE.UU visitando casas de famosos e incluso pudo salir del país y volver a París y Budapest.
También fue el comienzo de un nuevo período que supuso por fin cierto reconocimiento internacional, empezando por su primera exhibición internacional en 1946 en el Art Institute of Chicago formada principalmente por fotos de su serie ‘Day of Paris’.
Sin embargo el reconocimiento no llegó realmente hasta los años 60 cuando, ya liberado de su contrato con Condé Nast y tras recuperar por fin los negativos de su trabajo en Francia y Hungría (que habían quedado en París años atrás), intentó volver a la escena fotográfica internacional. En 1964, tras ser nombrado John Szarkowski nuevo Director de fotografía del MOMA, se inaugura la primera exposición de Kertesz en este Museo de Arte Moderno.
La muestra fue aclamada por la crítica y permitió que, por fin, Kertész fuera considerado una figura relevante dentro de los círculos fotográficos norteamericanos (claro que por entonces ya tenía 70 años). Fue a partir de entonces cuando pudo participar en numerosas exhibiciones por todo el mundo y recibió múltiples premios y condecoraciones.
Por cierto que en 1952 se había mudado junto a su esposa a un apartamento cerca del Washington Square Park, lugar desde donde Kertész tomó algunas de sus mejores fotografías de esta etapa (mostrando el parque cubierto de nieve además de numerosas huellas y siluetas) gracias a un teleobjetivo. Este mismo apartamento fue el lugar donde vivían cuando Elizabeth murió (en 1977) por culpa del cáncer, y donde permaneció él hasta la suya (en 1985).
Fue allí también de pasó sus últimos años que en parte dedicó a hacer fotos con una cámara Polaroid que esta firma le regaló en los años 80. Por cierto que en 1984, un año antes de fallecer, André Kertész donó su legado (más de 100.000 negativos y 15.000 diapositivas en color, además de cartas y otros documentos personales) al Ministerio de Cultura francés.
Un “maestro de maestros”
Sin duda su vida no fue fácil y, como habéis visto, estuvo marcada por su lucha en busca del reconocimiento que él creía merecer, sobre todo a partir de su traslado al nuevo continente. Sin embargo hoy día es considerado como uno de los grandes maestros de la fotografía del Siglo XX, con una importante influencia sobre fotógrafos como Cartier Bresson o Brassaï.
Su obra, como comentábamos al principio, es bastante heterodoxa, con una buena parte de su trabajo que se encuadraría en el ámbito del fotoperiodismo y la fotografía callejera, con una mirada muy humanista. Por otro lado, otra parte de su producción estaría casi “en la otra punta”, con esas fotografías de cuerpos distorsionados fruto de sus coqueteos directos con el surrealismo y otras vanguardias.
En su trabajo tuvo mucho que ver una idea según la cual Kertész atribuía a la fotografía la capacidad de registrar la naturaleza real de las cosas. Por eso, su estilo fotográfico se basaba en una mirada lúcida, personal y muy íntima, casi poética. Fruto de ello son unas composiciones muy armónicas, con todos los elementos en su sitio y una gran capacidad para captar el momento adecuado. Sin duda un genio que merece nuestro reconocimiento.
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Todas las fotografías de Andre Kertesz extraídas del album Photography-Masters de Retrogasm
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