Por un momento, ponte en la piel de un transeúnte que pasea por Times Square y eres fotografiado sin que te des cuenta. Después, pasado el tiempo, ves tu retrato expuesto en una galería. Y como ves que están comerciando con tu fotografía, demandas al fotógrafo. Pero sale el juicio y lo pierdes porque en Nueva York esa práctica es lícita siempre y cuando sea con fines artísticos. Y el señor diCorcia es un artista reconocido y sus fotografías son arte.
Ahora ve el vídeo y ponte en la piel de Philip-Lorca diCorcia. Como nos explica, coloca unos flashes sincronizados con su cámara situándose a una gran distancia de la zona del sujeto y cuando ve un personaje digno se ser retratado, dispara con su teleobjetivo. Según nos cuenta, no interactúa con sus retratados, ni les pide permiso ni les paga por ello. Está en la calle y su forma de actuar es completamente legal.
La fotografía callejera ha existido siempre, pero lo curioso de diCorcia es su manera de proceder, es lo que le distingue del resto y lo que hace que estéticamente sus instantáneas también lo sean. Observa cómo la luz de los focos convierte la escena en algo púramente cinematográfico. Cómo se invade por un momento la privacidad de una persona, elevándola a otro nivel, convirtiéndola en objeto artístico.
Es la fotografía callejera pensada y estudiada, que la sitúa más en el terreno conceptual que en el momento decisivo. Pero al fin y al cabo la esencia no deja de ser la misma, porque nos encontramos con personajes anónimos y la espontaneidad sigue estando presente.
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