Hay algo que me llama poderosamente la atención de Català-Roca. La convicción de que lo que hacía era solamente documentar la realidad que le rodeaba. Sin pretensiones artísticas. Sin creerse artista. Y es curioso porque, cuando nos acercamos a su fotografía, vemos mucho más que un sentido puramente documental.
Volvemos a la figura de uno los fotógrafos más grandes que ha dado España, tras aquella exposición que visitamos en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, para conocer un poco más su obra, sus inquietudes y el legado que nos ha dejado a todos aquellos que sentimos especial cariño a la fotografía que surge de la calle.
Su vida fotográfica
Viniendo de una familia de fotógrafos, era de esperar que su carrera pudiese avanzar más rápidamente. De Valls se mudaron a Barcelona, donde su padre regentó un estudio para fotografía publicitaria, allí trabajó conjuntamente con su hermano, Pere, pero fue en 1948 cuando emprendió un viaje en solitario hacia lo que acontecía en las calles.
Así fue como empezó a colaborar en encargos editoriales, en publicaciones como Destino y La Vanguardia. Pero su gran aportación nos la ha dejado en los libros que ilustró con sus imágenes. Así uno de sus primeros ejemplares fue para documentar La sagrada familia. Con ello comenzaba una estrecha colaboración con el mundo del arte y la arquitectura, ya que posteriormente pudo trabajar en otras publicaciones que nos llevaron a conocer la obra de Chillida, Josep Guinovart o Joan Miró a través de sus fotografías.
Así mismo documentó también lugares geográficos que tuvieron sus correspondientes libros como el de la Costa Brava (1958); Mallorca, Menorca e Ibiza (1962); Castilla la nueva (1964); El Pirineu (1970); Cataluña (1971) y Murcia (1971). Y, además de encontrar en la calle su mayor inspiración que sin duda nos ha dejado un legado humanista sin igual, también se acercó a los personajes de la época para con ello llegar a una suma de 200.000 negativos.
Sus mejores trabajos
Ya hemos hablado de la labor tan importante que hizo para la documentación geográfica, social y cultural de este país. Podríamos acercarnos a su obra gracias a las exposiciones que realizó, que comenzaron con una muestra individual en 1953 y que a día de hoy siguen dándose cita en las principales salas y museos de nuestra geografía.
Hay exposiciones muy interesantes como la realizada en el Museo Reina Sofía de Madrid, titulada "Francesc Català-Roca. Barcelona-Madrid, años cincuenta", donde tuvimos la ocasión de conocer estas dos ciudades a través de su particular modo de mirar y de presentárnoslas. Una vez más, no sólo se presentaba la vida que emergía de estas dos capitales a través del asfalto y esos tipos populares sino que también nos daba a conocer una serie de personajes de renombre que copaban la escena cultural de esos años.
Interesante también su visión de aquella mítica corrida de toros donde aparecía Luis Miguel Dominguín, la cual pudimos ver en la exposición que os mencionaba del Círculo de Bellas Artes y cuya particularidad es que fue presentada sin marcos, porque era así como Català-Roca veía la fotografía. Sin pedestal. Tal cual es.
Fotografías que inspiran
La belleza y el humanismo que emana de las fotografías de Català-Roca es lo que siempre nos ha dejado con la boca abierta. Ver una exposición suya es sentir una catarsis que nos transporta hacia el alma de quienes aparecen en esas fotografías. Su manera de acercarse a las personas. Su olfato exquisito para los encuadres perfectos. Su capacidad para arriesgarse que hacen que fuera un moderno en el siglo pasado.
Ese gusto por los picados y contrapicados tan singulares de algunas de sus fotografías. Quizá su manera de acercarse a la vanguardia sin quererlo. Un fotógrafo de oficio comprometido con su época, como dicen algunos. Un fiera con un ojo innato, como digo yo, hacia lo que vemos convertido en arte por el poder que otorga la fotografía. Porque sus imágenes no son sólo retazos de realidad, son realidades enmarcadas en listones que bien podrían estar en las mejores pinacotecas del mundo. Porque, y muy a su pesar yo sigo en mis trece, con su mirada las convertía en arte.
En resumen lo que nos ha dejado su fotografía
Lo que vemos en las fotografías de Català-Roca no es esa visión que cualquiera de nosotros habría tenido de haber vivido en aquellos años. Era la visión de un fotógrafo que le daba personalidad y proyectaba su ser (su creatividad) en cada imagen que tomaba. Ése es el verdadero sentido de su fotografía, aunque no lo quisiera reconocer. Y ése es también el verdadero sentido de lo que todos luchamos por ser.
Todos queremos sentir que con nuestra fotografía estamos dejando pedazos de nuestra condición de autores independientes. Es en ese espejo, el que nos hace conmovernos con las imágenes del maestro catalán, donde debemos mirarnos, donde debemos encontrar la inspiración para superarnos como fotógrafos. Para hacer una llamada a nuestra creatividad y demostrarnos que podemos ir más allá de lo que nuestros ojos ven.
Porque un fotógrafo que recibió en dos ocasiones el premio Ciudad de Barcelona y el Premio Nacional de Artes Plásticas que otorga el Ministerio de Cultura (ya os decía yo que sus fotos deberían estar en las pinacotecas), así como la medalla al mérito artístico, es un autor en el cual debemos mirarnos para comprender porqué nuestro subconsciente esta repleto de buenas ideas. Quizá porque las vimos en él o quizá sólo porque las hemos soñado, no dejemos nunca de visitar su trabajo. Ni sus películas, como "La Ciudad Condal en otoño" (1950) y "Piedras Vivas" (1952), interesantes si lográis encontrarlas.
Fotógrafo Francesc Català-Roca