Reconozco que dejé pasar la oportunidad de ver "El árbol de la vida" en su momento porque me había hecho a la idea de que me encontraría formalmente con otra Benjamin Button, lo cual me daba muchísima pereza. No me apetecía ver otra película americana. No había visto imágenes sobre ella, no conocía nada de su historia ni había caído en la cuenta de que su director era Terrence Malick. Simplemente vi el cartel y a Brad Pitt y mi mente dijo, no la veas.
Sin embargo anoche, por alguna razón que desconozco, llegó a mis manos y, esta vez sin pensármelo, le di una oportunidad. Desde el primer momento que vi la cámara titubear me dije, "no estás ante otra película americana, estás delante de algo que bebe de la fuente del mejor cine experimental, así que disfrútala desde esa perspectiva". Y así lo hice.
Lo que la película es
Primero diré lo que no es. No es una película de entretenimiento. Al menos no en el sentido que todos conocemos. Sin embargo, cuando uno se desprende de la historia, que viéndolo desde esta perspectiva es sólo un hilo conductor y una excusa para poder tratarla como película, puede llegar a entretener y a hacer que a cada segundo queramos ver más y más.
Por la profundidad y la trascendentalidad que la cinta plantea, puede recordarnos en la lejanía a las películas de Ingmar Bergman, sobre todo por el tempo utilizado y por la intensidad de las escenas con los actores. Pero como os digo, aquí lo que nos cuente o no es lo de menos. Eso lo dejamos para los expertos en psicología o para los que desentrañan las películas filosófica o cinematográficamente hablando.
Lo que nos aporta fotográficamente
Lo que engancha de esta cinta es el poder visual de sus imágenes. El tandem Terrence Malick con el director de fotografía Emmanuel Lubezki hace que gocemos en cada plano. Y cuando digo cada plano, me refiero a millones de ellos, porque gracias al montaje, se consigue un ritmo ágil que evita las largas y aburridas secuencias en pro de parecer que estemos ante un visionado de bellas instantáneas.
La cámara se mueve al son de la poesía que nos da una maravillosa banda sonora. Cada fotograma parece bailar como lo hacían los planetas al son del Danubio Azul en "2001: una odisea en el espacio". Aquí también hay espacio, también hay una regresión a los orígenes del mundo y de la vida, por haber hasta nos encontramos con dinosaurios, que sin duda entorpecen y estropean el paisaje tan espectacular que nuestros ojos quieren contemplar. Pero ahí están.
Hay fotografía intimista, de esa que sólo las mujeres parece sabemos hacer. Hay fotografía urbana. Hay picados y contrapicados, que no sólo nos recuerdan a "Ciudadano Kane" sino que nos trasladan a la mirada de Berenice Abbott o Margaret Bourke-White. Hay mucha captación de las sombras, sobre todo un plano que ya tenemos asumido en fotografía pero que al verlo en movimiento provoca mareo. Y también, como no podía ser de otra manera, hay muchos árboles. Quizá de ahí venga mi empatía con esta película.
De Emmanuel Lubezki, su director de fotografía, nos vendrán a la mente otras secuencias corales como la vista en el campo ardiendo de "Un paseo por las nubes" que aquí traslada con igual emoción en las escenas de la playa como limbo. O la manera de acercarse con la cámara a los personajes como ya hiciera en "Como agua para chocolate". E incluso la delicadeza plasmando los espacios habitados como nos mostraba en "Grandes esperanzas".
En definitiva
Soy consciente. No tiene porqué gustar a todo tipo de públicos. Está pensada para quienes disfrutan de la imagen por encima de los diálogos, de las historias contadas una y otra vez pero desde distintos ángulos. O te atrapa o no lo hace. Así de simple. Como lo que nos cuenta. Porque no es una cinta compleja. Se deja ver. Y muy bien además.
En blog de cine | 'El árbol de la vida', arte más allá de lo narrativo
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