Cuando nos iniciamos en el mundo de la fotografía digital lo normal es comenzar utilizando a todas horas el modo automático y poco a poco ir atreviéndonos a controlar por nosotros mismos cada vez más parámetros hasta convertirnos finalmente en unos maestros del modo manual. Llegados a este punto no hay vuelta atrás y volver a utilizar el modo automático es motivo de vergüenza y escarnio, ¿verdad? ¡Pues claro que no!
Las herramientas están para utilizarlas y eso es lo que es el modo automático, una herramienta tremendamente útil en situaciones en las que no tenemos tiempo para valorar las condiciones de luz, ajustar la sensibilidad, apertura y/o velocidad pertinentes, el punto de enfoque... Situaciones como las que sin duda se producirán este verano o durante tu próximo viaje, cuando vayas moviéndote del interior al exterior en un cumpleaños con los consiguientes cambios radicales de luz, o paseando por una calle con la cámara colgada al hombro cuando veas una fotografía única de las que duran un instante.
¿Cómo dejaste configurada la cámara la última vez que la utilizaste? ¿Te acuerdas? Demasiado tarde, el momento ha pasado. Por eso siempre pongo la cámara en automático antes de guardarla. Para que si se da el caso, solo tenga que preocuparme de encuadrar y disparar. Luego, si las circunstancias perduran, ya habrá tiempo de volver al modo manual para controlar todo lo demás y hacer la mejor fotografía posible. Pero todo eso con una (o más) fotos como garantía en la tarjeta.
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