Este mes de septiembre, que apenas lleva unos días, está siendo muy duro. Robert Frank, uno de los dioses de la fotografía, ha muerto. Él cambió todo con su cámara. Prácticamente solo necesitó un libro. Y muchos nos hemos quedado vacíos. Solo hay que ver las redes sociales para ver el impacto de su fallecimiento.
Para mi vergüenza no recuerdo si le vi en Madrid, cuando se inauguró la exposición del Reina Sofía. En 2001 trabajaba en un revista y no paraba mucho en los sitios. Había que ir de un lado a otro. Perdieron aquel carrete. Y me duele no recordar si le llegué a hacer alguna foto.
Mi admiración por su trabajo llegó más tarde. Hasta entonces apostaba por los de la agencia Magnum. Y era incondicional de Cartier Bresson. El libro de 'Los americanos' me parecía un experimento de la generación beat. Era incapaz de ver más allá de imágenes movidas, demasiado contrastadas y con un afán irrefrenable de no contar nada.
Sinceramente no recuerdo cuándo cambió mi visión de la fotografía. Me gustaría contar una historia luminosa, llena de anécdotas. Pero no. Era muy difícil encontrar ese libro mítico en las librerías. Había poco, fotos sueltas en enciclopedias y páginas y más páginas en los libros de historia. Tardé mucho en verlo completo. Y cuando lo hice, algo se rompió en mi.
Siempre digo que si la fotografía fuera una religión, si me gustara adorar una idea, dios sería Avedon, su hijo Robert Frank y su madre Cristina García Rodero. No tienen nada que ver, a lo mejor explica mi caos, pero están ahí en mi templo particular.
Por qué es tan importante Robert Frank
No es un fotógrafo fácil. A la mayoría no les entra por los ojos. Pocas veces se me ocurre enseñar su trabajo en las clases de iniciación. Si acaso de pasada. Y los comentarios son siempre los mismos: 'Esas fotografías nunca hubieran aguantado en la tarjeta'... 'Si están movidas'... 'Menudo grano'... '¿Eso es bueno?'
A todos nos acostumbran a ver con ojos clásicos. Al principio nos gusta más Velázquez que Goya. Y Dalí que Miró o Tápies. Todo lo que huya de la representación exacta de la realidad nos parece un juego de niños, un mero divertimento. Todos hemos sido cartierbressonianos antes que robertfrankianos. Son dos formas de ver la vida. De niños nos expresamos con emociones y luego nos obsesionan con la realidad, sin sentimientos.
Todos hemos sido *cartierbressonianos* antes que *robertfrankianos*. Son dos formas de ver la vida. De niños nos expresamos con emociones y luego nos obsesionan con la realidad, sin sentimientos.
Por eso cuesta entender el arte abstracto. No quiere representar la realidad, no lo necesita. Lo que nos quiere contar es cómo se siente cada uno en el preciso momento en el que traza una línea o elige un color. Esa es la magia de la abstracción. Tienes que haber vivido para entender lo que estás viendo. No solo miras con los ojos, sino que sientes lo que ves.
Y ahí es donde entra la fotografía de Robert Frank. Es puro sentimiento. Fotografía como siente. Sus imágenes son pura vida, nada de instantes hermosos. Lo que vemos es la realidad. Su forma de ver la vida. Ajena a las reglas que intentan colocar todo. La naturaleza puede ser perfecta pero nosotros nos dejamos llevar. A veces nos guiamos por el cerebro, otras por el corazón. Y demasiadas veces por el sexo.
Todo esto está en su trabajo. Las personas, como decía José Manuel Navia, no somos trípodes. No vamos siempre rectos. Nos torcemos, nos movemos y no paramos quietos. De vez en cuando vemos cosas hermosas. Pero en la vida demasiadas veces nos limitamos a ver cómo sale la gente del ascensor o nos dejamos arrastrar por los pensamientos mientras estamos en el trabajo.
Robert Frank nos recuerda en 'Los americanos' que estamos vivos. Y es lo que nos ha tocado. Nada más y nada menos.
Robert Frank nos recuerda en 'Los americanos' que estamos vivos. Y es lo que nos ha tocado. Nada más y nada menos. Un conjunto de cosas insignificantes que juntas cuentan nuestra historia, el día a día. Los momentos perfectos y maravillosos los podemos dejar para los álbumes familiares o para las redes sociales. Pero todos sabemos que todo eso es mentira. Él nos enseñó a contar la verdad con la cámara.
Y lo que nos engancha es justo eso, que nos cuenta la verdad, aunque duela. Y cuando eres capaz de mirar sus fotos, te reconoces. Sin tapujos, sin hipocresías, sin doble moral. Estamos hartos de encontrar a gente que nos vende una imagen perfecta, enfocada y llena de color. Robert Frank tuvo la fuerza de hacernos creer que no somos dioses. Y que la vida, a pesar de todo, es hermosa como un solo de Miles Davis, dura como un libro de Salinger... y llena de emoción como una foto en blanco y negro.
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