Estos días hemos tenido unas cuantas noticias con respecto a la posibilidad o no de realizar fotografías en los Juegos Olímpicos de Londres en el 2012. El revuelo vino porque en las condiciones de venta de entradas se indicaba la prohibición de acceder al recinto con “equipos fotográficos grandes (incluyendo trípodes)”, lo cual llevó a declaraciones aún más enrevesadas acerca de que se podía tomar también en cuenta la “potencia de los objetivos”, y no sólo el tamaño.
La última aclaración, con fecha de ayer, indica que están estudiando limitar el tamaño total a aproximadamente un pie (algo más de 30cm), con el objetivo de evitar problemas de visión a otros espectadores. Por supuesto, también estará prohibido el uso comercial de las imágenes que se tomen desde las gradas.
En cualquier normativa es complicado contentar a todos, y aquí se cruzan los derechos de los espectadores (que quieren llevarse un buen recuerdo a casa, y disfrutar de su afición en un momento irrepetible), los profesionales (que quieren defender su trabajo y evitar el intrusismo) y la organización (que tiene que contentar a todos, y llevarse su parte correspondiente).
El gran problema viene por el factor usado para determinar los límites. ¿Es realmente el tamaño de la cámara y los objetivos el más adecuado?
Ciertamente, hay factores como la distancia focal, la apertura, o el tamaño del sensor, que son proporcionales al tamaño del equipo, y que entran en juego tanto para eventos deportivos (teles largos y velocidades de obturación rápida) como para otros con poca iluminación como los conciertos (sensores con poco ruido y grandes aperturas), pero no siempre es necesario tener una Nikon D3s con un 600mm, o una Leica M9 con un Noctilux.
Si la organización quiere evitar las “fotos profesionales”, hay que pensar que equipos relativamente modestos (una reflex de iniciación con un fijo luminoso) pueden hacer grandes fotos. Además nos ahorrarán en muchos casos utilizar el flash, que puede ser un verdadero incordio para nuestros compañeros espectadores.
De hecho, es común ver eclipsados muchos grandes momentos de nuestro espectáculo favorito (sea la banda de moda o una procesión por las calles de nuestro pueblo) por una nube de pantallas de móviles y flashes de compactas, mientras el reportero de turno pasa desapercibido sin molestar a nadie con una cámara de gama media.
En algunos casos se esgrime que este tipo de cámaras pueden también ser un problema de seguridad, si es que a alguien se le ocurre utilizar su cámara full-frame con un carísimo y luminoso teleobjetivo como arma arrojadiza. Cabe pensar en este caso si no es más fácil tirar un zapato, o alguna otra cosa que tengamos a mano.
En mi modesta opinión, el verdadero motivo es puramente económico: la gestión de derechos de las fotografías. Esto no es necesariamente malo (puede ser una manera de proteger el trabajo de los profesionales que están a pie de campo, o de garantizar la financiación de futuros espectáculos), pero no me parece ético disfrazarlo tras estrambóticas declaraciones.
Al final, mientras los organizadores de Londres 2012 discuten su postura definitiva, los aficionados seguiremos pasando de contrabando nuestras pequeñas joyas en la entrada de los conciertos, tratando de sacar “la foto” entre una maraña de deslumbrantes móviles de penúltima generación.
Foto | Alex Tamarit, Marco Antonio González Valdés, y Jesús Vallejo, de nuestro grupo de Flickr
Fuente | Amateur Fotographer (primera, segunda y tercera noticia)
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