Tungstène ha cambiado las reglas del juego. Es probable que no hayáis oído hablar de este software, pero posiblemente sí de la controversia que ha suscitado. Esta fue la herramienta que provocó que el 20% de los finalistas de la última edición del prestigioso premio de fotoperiodismo World Press Photo fuesen descalificados debido a la manipulación excesiva de sus imágenes.
El mundo del fotoperiodismo es especialmente sensible a los efectos de la edición fotográfica, y, lejos de resolver esta controversia, el desarrollo de las herramientas informáticas de análisis de la imagen está colocando a la fotografía periodística en «el filo de la navaja». La web francesa OAI13 ha entrevistado recientemente a Roger Cozien, el máximo responsable de Tungstène, y de sus declaraciones se desprende, ante todo, lo difícil que es juzgar una fotografía en virtud de las alteraciones introducidas por el fotógrafo durante el proceso de edición.
Pero el problema no es del software. Tungstène parece ser muy eficaz detectando anomalías. Lo que no es nada fácil es delimitar qué modificaciones pueden considerarse legítimas, y cuándo se alcanza el punto de «no retorno» que provoca que una fotografía deba ser considerada fraudulenta, y, en consecuencia, conlleva que su autor sea descalificado de un premio fotográfico o vilipendiado por una agencia o un medio de comunicación.
De la alteración a la falsificación
Uno de los argumentos más interesantes que defiende Cozien consiste en invitarnos a no utilizar en este ámbito el término «edición», que, según él, no dice nada, y recurrir a los sustantivos «manipulación», «alteración», o, incluso, «falsificación». Y, en mi opinión, tiene razón. La edición forma parte indisoluble de la actividad fotográfica cuando esta se realiza en el dominio digital, especialmente si disparamos en RAW. Y es que cuando ajustamos la exposición o el balance de blancos, por ejemplo, estamos editando nuestra fotografía, pero estas operaciones no tienen por qué desvirtuar nuestro trabajo porque no actúan en absoluto sobre los elementos compositivos.
Entender cómo funciona Tungstène puede ayudarnos a reflexionar acerca de la frontera que delimita el terreno de la edición y el de la manipulación excesiva. Esta herramienta informática ha sido diseñada para detectar todas las modificaciones introducidas en una imagen digital que han provocado la destrucción de una parte de la información que fue capturada en la fotografía original tomada por la cámara. Y para lograrlo utiliza un conjunto de filtros bastante complejos que no saben de composición, encuadres o exposición, y sí de cálculos matemáticos y algoritmos de análisis de la imagen.
El problema al que nos enfrentamos, por tanto, ya no es detectar qué operaciones se han llevado a cabo sobre una imagen, algo que, como estamos viendo, es factible si utilizamos el software adecuado, sino fijar en qué medida esa manipulación puede ayudar al fotógrafo a plasmar su visión, a recrear aquello que pretendía capturar cuando hizo la fotografía, y que el fichero que le entregó su cámara no recogía. Porque en realidad es de esto de lo que estamos hablando, y lo que parece que aún no está nada claro.
La fotografía es un medio de expresión, y, como tal, nos ofrece un punto de vista: el del fotógrafo. No es una plasmación neutra y absolutamente fidedigna de la realidad en la medida en que una única imagen recoge un único instante, que, sin duda, puede estar atiborrado de expresividad y carga emotiva, pero que no tiene necesariamente que describir con una transparencia absoluta el contexto en el que esa fotografía ha sido tomada. Precisamente, en mi opinión, aquí reside la belleza de la fotografía, y lo que nos permite discernir entre una instantánea correcta o una auténtica obra de arte. El punto de vista del fotógrafo.
Faltan unas reglas claras
Afirma Cozien en su entrevista que es imprescindible que definamos un conjunto de reglas claras y prácticas que permitan a los fotógrafos, las agencias y los medios de comunicación conocer sin ningún género de dudas qué modificaciones son legítimas, y cuáles no lo son. Y, si repasamos lo que ha sucedido en las últimas ediciones de algunos grandes premios de fotografía, solo podemos estar de acuerdo con él. La mayor parte de los fotógrafos que han sido descalificados son profesionales con una reputación muy sólida, y, cuando menos, merecen que nos planteemos si realmente manipularon sus imágenes con la intención de «engañarnos», o bien con el ánimo de recrear la idea que ellos tenían en mente cuando tomaron la fotografía.
Por supuesto, esto no quiere decir que todo esté permitido. Si llevamos esta idea al extremo podemos defender que en este contexto cualquier manipulación es válida si está asociada a la capacidad que tiene el fotógrafo de expresarse. Y esto no puede ser. Volvemos, de nuevo, a la raíz del problema: no es fácil acotar qué desvirtúa una imagen, y qué ayuda a plasmar la visión de su autor. Esto es lo que nos falta por hacer, y parece que lo lógico es que en la fijación de «las reglas del juego» intervengan todos los actores implicados: los fotoperiodistas, las agencias/medios de comunicación y los organizadores de los eventos fotográficos internacionales. Este controvertido tema merece un debate profundo y meditado, por lo que vuestra opinión será bienvenida en los comentarios del post.
Imagen de apertura | KCNA (procesada con el software Tungstène)
Vía | OAI13 (en francés) | TIME (en inglés)
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