La persona aficionada a la fotografía que a su vez le gusta viajar, por alguna razón que se me escapa, suele transitar tres estados. Todo ello forma parte de un proceso, no es una regla cien por cien exacta pero seguramente todos podemos sentirnos identificados.
Cuando la persona aficionada a la fotografia que a su vez le gusta viajar, comienza a viajar con su cámara, vive el primer estado de su particular fotografía de viajes. Empieza a retratar a sus acompañantes situándoles al lado del monumento en cuestión pero de una forma que ni el sujeto fotografíado ni la arquitectura sean el centro de atención. Por ello de que hacer fotografías directas con el monumento de fondo, es de horteras.
Pasado este estado, la persona aficionada a la fotografía que a su vez le gusta viajar, quizá se haya planteado sustituir su obsoleta compacta por una reflex digital. Con ello comienza la fase de atrapar esa imágen de postal. No importa que a cada dos pasos haya un puesto de souvenirs con cientos de imágenes iguales a las suyas. Y no importa porque al final esas fotografías son suyas y se siente orgulloso de haberlas tomado.
Transitado ese estado de fotografía de postal, la persona aficionada a la fotografía que a su vez le gusta viajar, puede tomar dos caminos. Uno, el de seguir por la senda perfeccionando cada vez más ese tipo de fotografía o dos, empezar a caminar por lo que todos en un momento de inspiración hemos llegado a autodenominar: fotografía distinta de viajes.
La persona aficionada a la fotografía que a su vez le gusta viajar, y que es capaz de llegar a este estado, comienza a sentirse diferente al resto porque ve que lo que antes eran frías imágenes de postal, seriadas y prácticamente iguales a las del resto, se han convertido ahora en instantáneas únicas e irrepetibles, y lo más importante, tienen alma, tienen algo que contar.
Esta fotografía distinta de viajes, no es apta para todos pero si es una práctica frecuente. Sobre todo es un tipo de fotografía con la cual hay que estar muy alerta a cualquier estímulo que se nos presente. La clave, bajo mi punto de vista, está en captar esa imágen que nos transporte inmediatamente al lugar pero por medio de una sutileza tal que sea capaz de emocionar visualmente.
Queremos que se note que estamos en Roma, París, Nueva York. Queremos que se note que estamos en Madrid o en Lisboa. Pero queremos hacerlo mediante esos iconos o situaciones que sólo sugieren. No queremos ser explícitos. Tampoco queremos ir al extremo de buscar encuadres hiper torcidos para llegar a la originalidad gratuíta.
Queremos ver Notredame desde la perspectiva de un seiscientos aparcado en la acera de enfrente. Ver la Estatua de la Libertad desde la mirada de un niño. Madrid desde la parada del metro. Estocolmo a través de una bicicleta apoyada en una calle de Gamla Stan o Venecia desde la bruma de un atardecer en el muelle.
Así que si eres una persona aficionada a la fotografía que a su vez te gusta viajar, no importa en qué estado te encuentres, lo importante es que estés disfrutando y saboreando cada foto como la primera vez. Porque al final da igual si en ella sale tu hermana con la Fontana de Trevi a un lado, si has sacado una postal de Versalles o si has creado una imágen sugerente del Empire State. Lo importante es que te sientas satisfecho con la fotografía y que nunca pierdas la ilusión por viajar y por fotografiar.
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